45
minutos
Estaba solo sentado sobre el banco metálico,
en el pequeño habitáculo del vestuario. Encorvado, mirando su pie derecho descalzo,
la uñas mal cortadas, viejas y amarillentas, le dibujaban un pie cansado. Había
andado mucho, por lugares sin gloria, con la nostalgia del tiempo que endulza a los amargos recuerdos, su mano pensativa sostenía a la malherida
media.
Desvió
su vista para evitar ver el retorcido cuero de sus viejos y descoloridos
botines, cachuzos. Una tibia lagrima se deslizo no mas a allá de su
mejillas, el puño se encargo de limpiarla rápidamente cuando apareció el
gringo, preguntando si estaba listo. Hurgo con cierta dejadez adentro del
bolso, hasta encontrar el frasco que tenia un
cachito de aceite, intuyendo, que quizás fuera por ultima vez, repaso
suavemente una vez mas su maltratado tobillo.
Iba a ir desde el arranque, todavía no había
llegado el negro Benítez, (el diez), se preguntaba si valía la pena el intento,
como incentivo recordó sus primeros pasos, aquella gambeta endiablada, la dupla
con el Turco, mientras, prolijamente se
ajustaba las descuajeringadas vendas. Revolvió una vez mas en el bolso hasta
encontrar la canillera , compañera de
mil batallas , sabedora ella, se acomodo suavemente acariciándolo, como una
madre a su hijo,apenas rozando su golpeada tibia, y se transporto una vez mas a el inclaudicable
sueño de jugar en primera.
El gringo volvió a asomarse, después de
chistar con voz compasiva y a mediotono
le dijo: dale che… te están esperando.
Su oídos entendieron perfectamente las situación, dio un brinco desde el banco,
el chasquido de los gastados tapones contra el cemento del piso, rejuvenecía
sus cansinas piernas, que añoraban las siestas de picados en el potrero. Enfilo sin mucho
preámbulo lentamente a la cancha.
Emprolijo la camiseta con meditada pulcritud
dentro de los cortos, el círculo central que jamás lo había visto, le susurro
en broma: hoy la rompes viejo. Continuo concentrado acomodándose la camiseta,
que en algún sueño tiempo atrás fue blanca y roja, o tal vez azul o amarilla,
queriendo disimular ese actual gris a tango, que se entremezclaba con el pasto
ralo y tierra. La garua suave hacia mas pesada la olvidada pelota.
El
arbitro dio inicio al partido sin sol y
el wing movió la redonda. Corre siempre por el medio detrás del cinco, le
gritaba el técnico. Le costo meterse en el juego, el balón se deslizaba sin
ganas, era mucho el maltrato. Un rebote casual le llego adonde estaba ubicado,
acercándose el esférico disimuladamente a la pierna mala, que sin titubear ejerció, toda su vieja potencia. Salió el fulbo, disparado,
como un rayo, el arquero observo la parábola quasi recta, parado, sin reacción, y la pelota viendo que no iba a entrar blasfemaba, viejo tenia que darle mas
rosca, para que me acerco, y se esfumo tras el pastizal rozando el parante
izquierdo. Promediaba los 30 minutos del primer tiempo.
Casi llegando a los cuarenta y cinco, tuvo
otra, pero esta vez se fabrico la chance tras un corner, aprovechando la
defensa mal parada, la pelota le grito voy al segundo palo. Sus piernas
obedecieron al mandato de la redonda sin chistar y elevaron al cuerpo trajinado, despojándolo de toda gravedad, logrando un salto propiamente olímpico.
Por unos segundos quedo suspendido, flotando, en ese flotar recordó todas las tardes de gol, su infancia, su vieja, su primera novia, su primer romance con la hinchada , tantas emociones hincharon sus ojos de recuerdos y no pudieron evitar cerrarse en el momento de cabecear, el cabezazo fue de manual, cambiándola de palo con el parietal, de sobrepique al suelo, pero otra vez la pelota mojada y enojada se fue cerca, casi gritando gol.
Por unos segundos quedo suspendido, flotando, en ese flotar recordó todas las tardes de gol, su infancia, su vieja, su primera novia, su primer romance con la hinchada , tantas emociones hincharon sus ojos de recuerdos y no pudieron evitar cerrarse en el momento de cabecear, el cabezazo fue de manual, cambiándola de palo con el parietal, de sobrepique al suelo, pero otra vez la pelota mojada y enojada se fue cerca, casi gritando gol.
Después del formidable cabezazo, un poco
atontado, escucho el pitazo final del
primer tiempo. Un casi imperceptible
buena! proveniente del banco de suplente, se dejo oir, suavizando un poco el sabor a hiel en el alma . El cinco encendió
su rostro, sin disimular, al ver al negro Benitez, calentando en la orilla de la cancha, en el banco se palpaba la algarabía en contrapunto con la visita, alguno
que otro desde la tribuna gritó, llego el negro estamos salvados!!!.
Caminando lentamente, dirigiéndose ya hacia el vestuario, al
pasar se cruzo al referí, , extendió su mano y solitariamente lo despidió.
El círculo central guardo silencio.