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sábado, 15 de octubre de 2011

El espejo



    De niño siempre me fascinaron los espejos, recuerdo que solía pasar bastante tiempo frente a ellos y a uno, en especial, cuando tenia ocho o nueve años. El juego consistía en mirarme fijamente sin pestañear, hasta que comenzaba a deformarme. Esto me producía un miedo poderoso, y que de acuerdo a mi intuición, percibía a la deformación, como algo siniestra o buena, en ese mundo paralelo. Igualmente me aterraba bastante sin importar de qué impresión se tratase.

    El espejo particular de que les hablo, estaba ubicado en la puerta del medio del ropero, (abarcándola en su totalidad),  en mi habitación, con generosas dimensiones, (cuando uno es chico lo ve todo grande). Una doble grieta lo atravesaba al medio (en forma de v invertida, como haciendo casitas con cartas de truco), esto le confería según mi mente de ese entonces y ahora que lo revivo,  cierto aire diabólico, que de por si me asustaba. Había noches que evitaba mirarlo, u otras que directamente me acostaba con mis queridos abuelos,  indudablemente les agradaba mis incursiones nocturnas, nunca me reprendían.

     Una vez después de repetir el habitual rito que no lograba evitar (creo que un influjo me obligaba a hacerlo), no se produjo ninguna, digámosle alucinación, cuando gire hacia la ventana, la imagen vivida de una anciana columpiándose en una silla hamaca, me petrifico. Salí corriendo de la pieza y me acosté entre medio de mis abuelos, que miraban televisión, por supuesto seguía teniendo carta abierta para  el abordaje , cuando caía dormido, indefectiblemente, despertaba en mi cuarto.

    Se me ocurría que el espejo hacia el embrujo de llevarme a mi cama, para coartar inmediatamente esa sensación, al despertar preguntaba a mi abuela como llegue a mi cuarto, su explicación un alivio.

   Transcurrieron treinta años del juego o rito, que olvide  por completo, hasta hace unas semanas, desde que decidí mudarme a un departamento más amplio. Lo que mas me atrajo del nuevo departamento a estrenar, fue el gran espejo frente al lavadero del baño (supongo que inconcientemente), aparte de las amplias dos habitaciones luminosas y los dos patiecitos.

    Durante la mudanza, en trajín de trasladar cosas, esperablemente, ocurrió un pequeño accidente. Queriendo poner un clavo para colgar no se que en el baño, se me escapo el martillo, dando contra el nuevo espejo. El golpe reprodujo las dos grietas,  en forma de V invertida, similitud que no noté de inmediato (comparada a la del ropero). Lamente e invoque a todos los santos, cuanto me iba a costar comprar un espejo nuevo, de esa calidad y dimensiones. Por lo pronto debía esperar hasta acomodar las cuentas.

   Terminado el traslado, ubicado todo en su respectivo lugar, sobretodo la gran vieja cama de dos plazas en una habitación, (después de mucho andar la compre en una tienda de antigüedades), y la pequeña en la otra, estrene el departamento. A la mañana del primer día, cuando entre al baño a lavarme los dientes, mientras los cepillaba con ahínco, detuve la acción bruscamente, con asombro y un leve temor, reconocí la rajadura.

   La recorrí con mis manos, el roce con ella acciono una especie de maquina del tiempo en mi memoria, regrese a mis ocho años, el juego, la deformación, los miedos, en cuadros nítidos.

   A partir de ese momento comencé a repetir el ritual tal cual en mi niñez, permanecía largo tiempo frente al espejo en las noches, mirándome fijamente sin siquiera pestañear,  el mismo temor reflotaba, al lograr la deformación. Una imperceptible diferencia que en el comienzo del reciclado juego no advertía, se manifestaba sutilmente.

  Con el correr de los días, comencé a observar, que las cosas se ponían un poco diferentes. Cada vez, este cambio se hizo más notorio,  ya no era un juego o un rito, sino más bien una obsesión espeluznante, que no podía evitar.

   Alrededor de los quince días, confirme mis sospechas, por medio de un simple truco. Antes de colocarme frente al espejo, redacte un mensaje de texto, luego continué observándome, cuando alcance la máxima deformación y un instante antes que el miedo me domine, envié el mensaje. Al huir del baño,  me dirigí con mucha ansiedad a la habitación, con mis manos temblorosas busque el otro celular, confirmando lo que presumía, el mensaje no llego, espere  con muchos nervios una hora infinita, los mensajes no suelen llegar al instante, tardan, me decía.  Luego de la eterna espera, confirme lo increíble, había traspasado de mundo.

   Saberme del otro lado, desato una locura y terror en mi, imposible de describir. Logre calmarme y pensar,  razone que del mismo modo que cambie de lado, me llevaría nuevamente al lado natural que me correspondía.

   Entonces, superando el miedo, repetí la acción, utilizando el mismo modo de comprobación. Solo que cometí el error de escribir el mismo mensaje “hola”, en el mismo teléfono, cuando corrí locamente hacia el otro (móvil) que se hallaba en la misma habitación (por decir), sucedió lo inesperado, el mensaje llego, ahora no comprendía, cual de los dos mensajes había llegado. Esto termino de confundirme y aterrarme, siempre he gozado de una excelente memoria visual, ante de enviarlos, retuve en mis retinas la hora de envió, el detalle diabólico, es que en ambos recordaba la misma hora con absoluta seguridad y la data de arribo lo corroboraba.

    Solo agregue más incertidumbre, para sumergirme en una crisis absoluta, de no saber de que lado del espejo me encontraba. 


   Extenuado y debilitado, deje caer el celular, camine lentamente  hacia el dormitorio donde ubique  la cama de dos plazas, sin utilizar hasta esa noche, el stress supero al temor, mis parpados pesaban dos toneladas cada uno, apenas conseguía entreabrir los ojos, trepe a la cama (como lo hacia de niño) y logre acomodarme entremedio de mis abuelos, que estaban viendo televisión.

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