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martes, 4 de octubre de 2011

Recuerdo de niñez

    Finalmente nos llevaron al circo, un domingo a la tarde, mis abuelos me dejaron ir, con la vecina, su hijo y varios amiguitos. El día estaba esplendido, a pesar de ser domingo, no era un domingo triste, de esos donde, la nada se hace más sensible según Tardieu. Mi felicidad desbordaba, en ese momento tenia conciencia de ser niño y feliz, todavia hoy recuerdo lo previo vivamente.

      Todo se desarrollo dentro de la normalidad, dominguera y familiar, es decir, nos colectaron de a uno, en un Renault cuatro nuevito color celeste, viajamos muchas cuadras, tantas que ya no había casas ni calles. Repentinamente el circo se apareció delante nuestro, el esposo de la vecina que manejaba, nos deposito frente a la entrada. La algarabía, los globos de colores, los pochoclos, las manzanas acarameladas, la música, el sol con la intensidad justa, y demás cosas que no alcanzo a describir, pintaban un excelente e inmejorable cuadro.

      La ansiedad por entrar nos carcomía, mientras jugábamos en la cola que era bastante numerosa y larga, nuestra tutora del momento, solo apercibía a su hijo para que se comportara. Con nosotros, su voz variaba a un tono suave y sugerente, para que permaneciésemos tranquilos, con relativo éxito. Ya nos encontrábamos cerca de la entrada con terrible ganas de disfrutar.

      El tamaño de la carpa, que aparentaba ser poco espaciosa, nos hacia suponer un circo repleto, un marco inmejorable para asistir. Traspasamos el boletero, que recibió nuestras entradas, (nunca supe cuando y quien las había comprado), luego de unos pasos, una infinita hilera de sillas vacías apabullo nuestro entusiasmo.

      Mi mente de niño no se pregunto demasiado, por lo extraño. El murmullo lejano producía un leve eco de caverna, mientras intentábamos encontrar una ubicación, caminábamos a través de las interminables sillas sin gente. Cansados de caminar, ella decidió que nos detuviéramos cerca de un poste sostén de la carpa. Podíamos observar grupos aislados de familias a lo lejos, como puntitos negros. Recuerdo con amarga sensación esa imagen. El correr de los minutos parecía vaciar más aun la carpa, pensaba en la fila interminable antes de que entremos, con mis amigos nos preguntábamos cuchicheando, sin que ella escuchara, y se escapaba de toda lógica.

      A nuestra tutora se la veía levemente mas contenta, a pesar de ser un chico de diez años, percibirla de ese modo me produjo un gran escozor, recuerdo que extrañaba a mis abuelos, mi madre, no me animaba a observarla de nuevo. Resignados y con miedo, nos sentamos, quedándonos mudos y quietos, en espera de la función. Fue en ese momento cuando noté, que el hijo de la vecina no estaba, pregunte donde se encontraba sin mirarla, la madre respondió, que había ido al baño, ninguno de nosotros lo vio. Acepte la respuesta sin demostrar ninguna sospecha, pero estaba desesperado, quería irme de allí al igual que mis compañeros. La función se hacia esperar, nuestro miedo lentificaba y estancaba el tiempo.

      Ninguno se animo a pelar los chupetines, que nadie nos había dado. Por un lapso impreciso, reino el silencio absoluto, por primera vez escuche “la nada”, en el punto de máximo de la nada, irrumpió la función. Se dejo ver un viejo payaso gris, por el megáfono, con voz temblorosa y ronca, anuncio: “bienvenidos al circo del fin del mundo, ahora con Ustedes, la primera función de el hombre sin cuerpo” luego se alejo deslizándose suavemente como si flotara. Con lágrimas en los ojos mire de reojo a la vecina, que sonreía ampliamente, junto a su hijo que reapareció sin que lo notáramos, ambos aplaudiendo con entusiasmo. Luego las luces se bajaron lentamente, quedando solo una en el centro del escenario, delante de ella surgió elevándose una cabeza, que arrojaba una sombra descomunal, no pude soportar más y grite con todas mis fuerzas hasta desvanecerme.

     El locutor de la radio me despertó, mis abuelos me acompañaban, no pregunte nada, después escuchar el anuncio de la radio que decía, niños, padres y abuelos no dejen de ir al “circo del fin del mundo” ultima semana en San Francisco, le pedí a mi abuelo que apague la radio.

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