Vistas a la página totales

lunes, 28 de noviembre de 2011

Otro Lugar


 Sentado en la playa, miraba el horizonte vació. El olor a algas penetraba profundo en mi cerebro, me fastidiaba no poder darle  a esa sensación, una ubicación en mi cabeza, pero mayormente se concentraba a la altura del entrecejo y la nariz.

    Mi intranquilidad luchaba round a round contra el relajante mar a pesar de su mal olor. El revoloteo de las gaviotas enturbiaba mis emociones, verlas planear libres en el límpido cielo, contrastaba con mi despreciable quietud.

    No sabía que rumbo tomar, tampoco tenia a donde ir. En el momento que el mar ganaba la pelea a mi intranquilidad, decidí levantarme. Sacudí la molesta arena húmeda de mis pantalones, camine hacia el asfalto para eliminar la restante  de mis zapatos, luego de un par de cuadras, me detuve a eliminar la última, e incomoda piedrita.

     Deshacerse de ese minúsculo objeto que quizás alguna vez fue parte de, o una gran roca, me produzco un alivio contundente, irónicamente me preguntaba como erosione para terminar en convertirme, en una piedrita en el zapato “sociedad”.  Sonreí con ganas interiormente, despreciarse con humor no es pecado aun.

   Después de menear la cabeza, pensé que lo mejor seria gastar los últimos 30 pesos  en una cerveza. Recorrí aleatoriamente lo suficiente hasta encontrar el lugar mas adecuado,  siguiendo mis viejos instintos me ubique en la mesa mas arrinconada, al lado de una ventana, beber sin poder mirar distraídamente afuera es mas complicado. Desde la ventana seguía observando el mar, ahora silencioso y sin olor, por unos segundos creí ser un privilegiado.

   La cerveza se hizo corta, casualmente un tango sonaba de fondo, esto me animo a pedir otra sin ningún reparo,  no tener dinero para pagarla no tuvo ninguna influencia, cuando el mozo trajo mi pedido, le pregunte si podían continuar con los tangos.

    Los tangos continuaron, recabe en ello como a la media hora cuando iba a pedir la tercer cerveza. El suave mareo me producía beneplácito, la vida me parecía simplemente hermosa y a kilómetros de distancia de la desazón que acarreaba al ingresar.

   Mantener el confortable mareo al son de la música y el oleaje, requería de más alcohol. Con mala cara vino el mozo a atenderme, a lo mejor exagere en mis ademanes en el llamado. El viento comenzó a soplar con fuerza, los vientos del sur tienen la particularidad de alterar los nervios a la gente y yo no era una excepción. Bebí con celeridad a la cuarta, miraba de reojo al mar, las caprichosas olas dibujaron algo parecido a una sonrisa.

  Esto me fastidio sobremanera, lo que faltaba que el mar se mofara de mi, pedí la quinta cerveza, el mozo se negó. Después de discutir fuertemente me trajo la cerveza y la cuenta, logro apaciguarme un poco.  Mire la cuenta solamente para saber lo que no iba a pagar, esta vez opte por beber lentamente la cerveza de litro, la necesitaba, la saboreaba, la disfrutaba, lo bueno de estar en otro sitio es que a uno no lo conocen, al mismo tiempo calculaba la manera de escapar, cada tanto observaba al mar, que extrañas fuerzas o mala pasada me jugaba mi mente, pero las olas seguían con esa sonrisa sarcástica. No cabían dudas, el mar se estaba burlando de mi lastimosa existencia. No lo iba a permitir.

   El mozo comenzó a repasar las mesas contiguas a la mía, acomodar las sillas, en una clara actitud de invitarme a que me fuera. Lentamente el salón se poblaba de gente presentable, el mar a carcajadas.  Como refuerzo aparecieron dos mozos mas, entre ellos cuchicheaban seguramente buscando la manera de sacarme del medio. El viento patagónico estaba en su explendor de los 80 km/h, mis nervios al extremo. La esperanza es lo ultimo que se pierde, por ello tuve el coraje de pedir otra cerveza.

  Quizás esto colmo la paciencia de los mozos, la gente no reparaba en mi y no alteraba en lo mas minino su estancia, esto era algo personal entre el mozo o los mozos y yo. Pude ver claramente como gesticulaba por teléfono uno de ellos al tiempo que me clavaba su mirada de odio, inferí lo correcto, llamaban a la policía. El maldito mar se despanzaba de la risa. 

  Al igual que una presa acechada, la máxima tensión clarifica las cosas, el cazador tiende a relajarse cuando se siente seguro de su presa y este es el común error que cometen, con un solo resultado, dejarla escapar. Luego de llamar a la policía se relajaron, siguieron con la atención normal, esto me dio la chance de actuar con celeridad.

  Arroje la botella, apuntándole a la cabeza de uno de ellos, la excesiva fuerza hizo que fallara el tiro, la botella reventó contra el espejo detrás de la barra. El estruendo y los gritos me dieron la chance de huir, al correr con desesperación y falta de equilibrio hicieron que  golpee contra las mesas, la gente, desparramando botellas, vasos, platos. El ruido a vidrio y cemento sonaban dulcemente a mis oídos, al dar con la puerta, automáticamente el mar dejo de sonreír.

   Enfurecido corrí con todas mis fuerzas hacia la playa,  demasiada provocacion soporté, fui en busca del mar y el mar  vino en busca de mi. Una gran ola me envolvió arrastrándome a sus entrañas, con todas mis energías luche. En el fragor de la lucha, cuando noto mi debilidad, amaino sus fuerzas y me deposito (como una madre lo hace con un pequeño sobre la cuna) delicadamente donde la arena y la ola, bajo un fondo rojo apasionado, se besaban  . Mi sola cabeza descansaba plácidamente en la arena, el olor a algas ya no me molestaba, estaba tranquilo, de nuevo vi el horizonte vació, cerré los ojos. Una gaviota picoteo en mi , apenas suavemente la sentí…junto al tenue revoloteo de otras  que se avecinaban....

No hay comentarios.:

Publicar un comentario